A los 22 años, Francisco sufrió una enfermedad de la piel similar a la lepra, considerada incurable. Prometió a Dios que, si se curaba, dedicaría su vida al sacerdocio y al apostolado. Milagrosamente curado, cumplió su promesa y se preparó para el sacerdocio en Nápoles, donde se unió a un grupo que atendía a presos.
En 1588, el apóstol Juan Adorno quiso fundar una comunidad religiosa enfocada en la oración y el apostolado. Por error, una carta destinada a Ascanio Caracciolo llegó a Francisco, quien encontró en la propuesta la realización de sus deseos. Junto con Adorno, fundaron la congregación “Clérigos Regulares” después de 40 días de retiro espiritual.
La comunidad seguía normas como el ayuno diario de algún miembro, una hora diaria de oración ante el Santísimo Sacramento y la promesa de no aspirar a altos cargos. El Papa Sixto V aprobó la congregación, otorgándoles una casa junto a la Basílica Santa María la Mayor. La comunidad creció rápidamente con jóvenes deseosos de unirse. Los miembros predicaban, realizaban misiones y trabajaban en cárceles y hospitales, reservando tiempo para la oración y meditación.
Tras la muerte de Adorno, Francisco fue nombrado superior general. Poseía el don de curaciones, a menudo sanando a los enfermos con la señal de la cruz. Fundó casas religiosas en Nápoles, Madrid, Valladolid y Alcalá. En 1607, renunció a sus cargos para dedicarse a la oración. Se le veía en éxtasis, orando ante el crucifijo.
Conocido como “El predicador del amor de Dios”, Francisco predicaba la misericordia divina y era devoto de la Virgen María. En junio de 1608, al sentirse enfermo, pidió a sus hermanos ser fieles a la regla. Después de recibir los sacramentos, exclamó: “¡Al cielo, al cielo!” y murió el 4 de junio de 1608, a los 44 años. Su cuerpo desprendía fragancias durante tres días. Fue canonizado en 1807.