“Te tomaré de la mano. Si debemos morir por Jesús, moriremos juntos, tomados juntos de la mano”: estas son las últimas palabras pronunciadas por Carlos Lwanga y dirigidas al joven Kizito, que murió con él cuando tenía sólo 14 años, en el odio a la fe. Un martirio compartido con otros compañeros, tanto católicos como anglicanos, afectados duramente por las persecuciones contra los cristianos que tuvieron lugar en Uganda a finales de 1800.