Fariseo de nacimiento, guardián de la ortodoxia
Saulo era un judío, miembro de la secta de los fariseos, la más estricta. Por lo tanto, era natural que él, educado en la escuela de Gamaliel, interpretara la más terrible persecución de los primeros cristianos, no como una injusticia, sino como un necesario servicio tendiente a conservar íntegra la fidelidad a la observancia de la ley mosaica. Después de haber expulsado de Jerusalén a los cristianos, decidió ir a buscarlos todavía hasta Damasco, donde se habían escondido. Pero era justamente allí donde el Señor ahora esperaba “capturar” a Saulo.
Su encuentro personal con Jesús
Al caer por tierra, Saulo fue sorprendido por aquella voz misteriosa: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ Y él dijo: ‘¿Quién eres, Señor?’ Y Él respondió: ‘Yo soy Jesús a quien tú persigues; levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer’. El relato continúa diciendo: ‘Saulo se levantó del suelo, y aunque sus ojos estaban abiertos, no veía nada; y llevándolo por la mano, lo trajeron a Damasco. Y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió’. (cf Hch 9, 4-9).
Fue el discípulo Ananías – otro santo que la Iglesia también recuerda hoy – quien le impuso las manos y le dijo: ‘Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Al instante cayeron de sus ojos como unas escamas, y recobró la vista; y se levantó y fue bautizado. Tomó alimentos y cobró fuerzas’. (cf Hch 9, 17-19).