Cada 20 de enero se celebra la fiesta de San Sebastián, mártir, patrono de la arquería, de los soldados y los atletas.
Como muchos otros, Sebastián debe de haber sentido en algún momento el mismo rechazo contra aquellos que no creían en los dioses, no seguían las costumbres de los patricios o no compartían sus ambiciones. Quizás fue la sangre de tantos y tantos que morían invocando el nombre de Cristo lo que ablandó su corazón y lo hizo dirigir su alma hacia el Dios verdadero.
Consciente del sufrimiento de sus hermanos perseguidos, aprovechó su cargo militar para protegerlos y ayudar, en especial, a los que caían prisioneros. Durante algún tiempo tuvo éxito en su propósito, gracias a que mantuvo en secreto su fe y a que cumplía con sus deberes militares con esmero. Sin embargo, fue traicionado y denunciado ante Maximano por no participar en los rituales habituales ni en las fiestas.
El día de su ejecución, San Sebastián fue llevado al estadio, despojado de sus ropas, atado a un poste y ejecutado. Sus antiguos subordinados fueron los encargados de descargar sus flechas contra su cuerpo. Aquella escena debió ser simplemente terrible, tanto que ha quedado inmortalizada y ha servido de inspiración para cientos de obras de arte a lo largo de la historia.
Su muerte aconteció en el año 288. Su cuerpo fue rescatado y enterrado en un sepulcro dentro de las catacumbas de la vía Apia, en la ciudad de Roma. Hoy puede visitarse la basílica construida en su honor en la Ciudad Eterna.