Un pedregal donde hasta la hierba lucha por crecer. Es el que está atravesando un indio de 57 años en el alba del 9 de diciembre de 1531. Desde que fue bautizado un año atrás lo llaman Juan Diego, pero su nombre original es “Cuauahtlatoatzin” que en azteca significa “el que habla como un águila”.
El hombre, un campesino, está yendo desde su pueblo a Ciudad de México porque es sábado y es el día que los misioneros españoles dedican a la catequesis. Al llegar al pie del cerro Tepeyac, Juan Diego se siente atraído por una cosa extraña. Una canto de pájaro que nunca había oído antes. Luego el silencio y una dulce voz que lo llama: “Juantzin, Juan Diegotzin”. El hombre sube a la cima de la colina y se encuentra de frente a una joven con un vestido que brilla como el sol. Se arrodilla adelante estupefacto y la escucha presentarse: Soy la Perfecta Siempre Virgen María, La Madre del verdadero y único Dios”.